Denostada por unos (http://lamedicinadetongoy.blogspot.it/2013/03/saliendo-de-la-estacion-de-atocha-de.html)
y alabada por otros (http://lectormalherido.wordpress.com/2013/03/04/1781/),
Saliendo de la estación de Atocha,
se convirtió en uno de los libros más importantes de la temporada literaria del año pasado en
España (después de despertar una inusitada admiración en el
mundo anglosajón, tanto es así que Jonathan Franzen lo eligió entre las novelas
mejores del 2011 en el periódico inglés The Guardian http://www.theguardian.com/books/2011/nov/25/books-of-the-year).
Editada en nuestro país por Mondadori en enero de 2013, el libro de Ben Lerner
narra la experiencia en España de Adam Gordon, joven norteamericano que llega a
Madrid en el otoño de 2010 gracias a una beca que le permitirá elaborar un
“proyecto poético” y al mismo tiempo estudiar la poesía española de la Guerra
Civil. Durante poco más de doscientas páginas asistimos a las correrías
hispanas de Adam, sus amores, su descubrimiento de las peculiaridades
madrileñas y sus viajes por el resto de la península.
¿Qué tiene de especial entonces esta
novela? ¿Por qué toda esa expectación entre los escritores norteamericanos?
Para mí lo crucial en esta novela es la mirada, la discreta superficialidad con
la que el autor encara la descripción de la realidad y de los acontecimientos
remite a un modo de observar España muy recurrente entre los jóvenes que
transcurren algún periódico en Madrid o Barcelona. Lerner (que debutó, no lo
olvidemos, como poeta) ha sabido, al menos eso, transcribir literariamente la
percepción de un americano que realiza uno de sus sueños recurrentes: visitar
Europa.
Sin embargo la novela tiene evidentes
limitaciones. La concluí con la sensación de que el autor no hubiese sido capaz
de ir más allá de un autobiografismo en ocasiones enervante, resultado de una
patente falta de imaginación narrativa, como si existiese en Lerner una
imposibilidad para afrontar obras de mayor calado compositivo y Saliendo de la estación de Atocha no
fuese otra cosa que una acumulación de materiales provenientes de otros
proyectos literarios (como sucede a tantos narradores educados en la escuela
del postmodernismo, dicho sea de paso).
Porque el parecido de Lerner con Franzen
termina en unas gafas de pasta y un pelo discretamente alborotado. De los
estupendos artificios novelísticos y de la potencia narrativa que el segundo
expuso en Las correcciones o en Libertad, no encontraremos nada.